Miércoles 9 de abril.
Wilfredo Sobrino Moreira, nació en el poblado de Cocodrilo, en pleno corazón de la Ciénaga de Zapata. Huérfano a los doce años, vivió el encierro, sufrimientos y privaciones de los habitantes de esa región.
“Mis juguetes -comenta mientras se frota las manos y pierde su mira en el pasado- no pasaron de un caballito de madera, andar tras los pájaros, pescar entre riscos, jejenes y mosquitos y aceptar el sufrimiento de mi madre ante la muerte de mis tres hermanos. Así, uno tras otro.”
“Hoy me duele pensar en la ignorancia y el dolor con las que se vivían en esos tiempos y le agradezco infinitamente a mi madre el haberlos disimulado lo más que pudo. No sé si sería por evitarnos esos momentos, o por simple aceptación de que esa era la realidad y nada se podía cambiar.”
Wilfredo Sobrino, de baja estatura, recia constitución y manos nervudas y seguras en el bregar de la vida, como evidente muestra de haber sido moldeado por el pantano y además, haberle sobrevivido, nos confiesa: “Pero un día enferma gravemente uno de mis hermanos y, siendo un chiquillo de apenas siete años; mi madre, desesperada, agobiada, hace esa promesa, terrible promesa para mi, que consistía en venderme por cinco centavos y hacerme llevar el pelo largo hasta los diez años”
“Nunca me atreví a cortarme el pelo, porque por fortuna; mi hermano mejoró. En aquel momento lo vi como un milagro, algo imposible. Luego comprendí, también con dolor, que no era más que ignorancia profunda y lamentable. Mi madre, que también había hecho otra promesa, caminó a solo unos días del parto de mi último hermano, 15 kilómetros entre pantano y terraplenes.”
Wilfredo hace un alto en nuestra conversación y fija su mirada al suelo, como si buscase la palabra indicada, o quizás temiese entreabrir la ventana de los recuerdos de su infancia y me dice: “mira, resulta que cuando tenía 12 años, mi padre muere y me llevan a Jagüey Grande, entonces descubro que el mundo es mucho más que el palmo de tierra que había en el poblado de Cocodrilo entre el mar y el pantano. Con doce años y sin saber escribir y mucho menos leer, descubrí el alumbrado eléctrico y eso me espantó, porque para mí, el mundo era todo lo que teníamos en la Ciénaga de Zapata.
Muy interesante este trabajo, esas historia son de las que vale la pena conocer y publicar
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